Sol tenía 2 años y era un niño lleno de energía. Le encantaba correr por el jardín, jugar con sus juguetes, y sobre todo, reírse. Su risa era tan contagiosa que cuando Sol se reía, todos en casa se reían también. Papá y mamá lo adoraban, y siempre encontraban nuevas formas de hacerlo sonreír.
Un día, mientras Sol jugaba con sus bloques de colores en el salón, mamá Sofía y papá Lucas tuvieron una idea. Decidieron gastarle una broma a su pequeño Sol, pero no una broma pesada, sino una de esas bromas que terminan en risas y abrazos.
—¿Qué te parece si le hacemos una pequeña sorpresa a Sol? —dijo papá Lucas, con una sonrisa traviesa.
—¡Me encanta la idea! —respondió mamá Sofía—. ¿Y si fingimos que no lo encontramos? Como si se hubiera vuelto invisible.
Los dos se miraron y comenzaron a planearlo. Sabían que Sol tenía un rincón especial en la sala donde siempre iba a esconderse cuando jugaban a las escondidas: detrás del gran sillón azul.
Así que, mientras Sol estaba distraído con sus juguetes, mamá y papá empezaron la broma. Mamá Sofía miró a su alrededor fingiendo buscar algo.
—¡Oh, no! —dijo en voz alta—. ¿Dónde está Sol? ¡Estaba aquí hace un momento!
Papá Lucas se unió rápidamente al juego.
—¡Es verdad! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Dónde se ha ido nuestro Sol? ¡No lo veo por ninguna parte!
Sol, que había escuchado todo desde su rincón detrás del sillón, asomó su cabecita curiosa. Sabía que lo estaban buscando, pero no podía dejar de sonreír. ¡Estaba disfrutando mucho!
Mamá Sofía y papá Lucas comenzaron a caminar por la sala, mirando debajo de la mesa, detrás de las cortinas y hasta dentro del cesto de los juguetes.
—¿Sol? —llamaba papá Lucas, fingiendo preocupación—. ¿Te has vuelto invisible?
Sol empezó a reír en voz baja desde su escondite. Sabía que mamá y papá lo estaban buscando, pero la idea de ser "invisible" le parecía tan graciosa que no podía parar de sonreír.
—Tal vez esté en la cocina —sugirió mamá Sofía—. Vamos a ver.
Pero antes de que pudieran dar un paso, Sol salió corriendo de su escondite, riéndose a carcajadas.
—¡Aquí estoy! —gritó con su vocecita alegre.
Papá y mamá fingieron estar muy sorprendidos.
—¡Sol! —exclamaron los dos al mismo tiempo—. ¡Ahí estás! ¿Cómo te volviste invisible?
Sol no podía dejar de reírse. Corrió hacia sus padres y se lanzó en sus brazos, abrazándolos con fuerza.
—¡No soy invisible! —dijo entre risas—. ¡Estoy aquí!
Papá Lucas lo levantó en brazos y lo hizo girar, mientras mamá Sofía le daba un beso en la frente.
—Eres el mejor "escondedor" del mundo —dijo papá Lucas, riéndose—. ¡Nos engañaste a los dos!
Mamá Sofía también se unió a la diversión.
—Sí, pero ahora ya no puedes volver a esconderte, porque siempre te encontraremos... ¡con un montón de cosquillas!
Y sin decir más, mamá y papá empezaron a hacerle cosquillas a Sol, quien no paraba de reírse y retorcerse de la alegría. La sala se llenó de risas, y el corazón de la casa brillaba tanto como el pequeño Sol que los llenaba de felicidad cada día.
Al final, después de tantas risas, Sol estaba tan cansado que se quedó dormido en los brazos de su papá, con una sonrisa todavía dibujada en su carita.
—Nuestro pequeño Sol —dijo mamá Sofía suavemente—. Siempre nos hace reír.
Y con eso, la casa se quedó tranquila, con Sol durmiendo feliz, mientras mamá y papá lo miraban con amor.
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