En un claro del bosque, vivían dos conejitos muy especiales. Uno de ellos se llamaba Saltarín, y el otro se llamaba Brincón. Ambos eran los mejores amigos, pero también les encantaba competir entre sí para ver quién era el más rápido. Cada día jugaban juntos, saltando y brincando entre los árboles y las flores del campo.
Un día soleado, mientras disfrutaban de una zanahoria fresca, Saltarín miró a su amigo con una sonrisa traviesa.
—¡Brincón, te reto a una carrera! —dijo Saltarín, moviendo sus largas orejas con entusiasmo.
—¿Una carrera? —respondió Brincón, levantando una ceja—. Sabes que yo siempre soy el más rápido.
—¡Eso es lo que crees! —dijo Saltarín, dando un gran salto—. ¡Vamos a ver quién llega primero a la gran roca al otro lado del prado!
Brincón aceptó el reto sin pensarlo dos veces, y ambos se pusieron en posición para comenzar la carrera. Los otros animales del bosque, al ver que algo emocionante iba a suceder, se acercaron para animar a los conejitos.
—¡A sus marcas, listos, fuera! —gritó una ardilla desde la rama de un árbol.
Y así comenzó la carrera. Saltarín y Brincón corrían a toda velocidad por el prado. Sus patitas rápidas levantaban polvo mientras pasaban junto a los árboles y saltaban sobre las pequeñas piedras del camino. El viento movía sus orejitas y parecía que ambos iban a la misma velocidad.
Saltarín se sentía muy confiado. Con cada salto, lograba avanzar más y más. Pero Brincón, que era famoso por sus brincos largos y veloces, no se quedaba atrás. Ambos competían tan igualados que los animales del bosque no sabían quién iba a ganar.
De repente, cuando ya estaban cerca de la gran roca que marcaba el final de la carrera, algo inesperado sucedió. Saltarín tropezó con una rama pequeña que no había visto y dio un pequeño vuelco en el aire. Aunque no se lastimó, eso le hizo perder algo de tiempo, y Brincón aprovechó para adelantarlo.
—¡Voy a ganar! —gritó Brincón, lleno de emoción.
Pero justo en ese momento, Brincón se detuvo y miró hacia atrás. Vio que Saltarín se había quedado atrás por el tropiezo y se sintió mal por seguir corriendo sin su amigo.
Con un gran gesto de amistad, Brincón volvió sobre sus pasos y se acercó a Saltarín.
—No te preocupes, Saltarín —dijo Brincón con una sonrisa—. ¡Hagamos esto juntos!
Saltarín, sorprendido por el gesto de su amigo, se levantó y ambos decidieron correr juntos hasta la gran roca. Los dos llegaron al mismo tiempo, riéndose y saltando de alegría.
Los animales del bosque aplaudieron emocionados, y la ardilla, que había dado la señal de salida, dijo:
—¡Bravo! Hoy han demostrado que lo más importante no es ganar, sino disfrutar y ayudarse entre amigos.
Saltarín y Brincón se dieron un gran abrazo y se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Desde ese día, no volvieron a competir entre ellos, sino que disfrutaban de cada carrera como una nueva aventura que siempre compartían juntos.
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