Lucía estaba en la cama, ansiosa por escuchar otro cuento. El abuelo Manolo, viendo el brillo de curiosidad en sus ojos, le dijo: "Esta noche te contaré algo muy especial, una historia sobre una tienda de juguetes que tenía un secreto muy particular". Lucía se acomodó, lista para dejarse llevar por las palabras mágicas de su abuelo.
Había una vez en Villa Juguetona, una pequeña tienda de juguetes llamada El Rincón de las Maravillas. Durante el día, parecía una tienda común y corriente, llena de ositos de peluche, muñecas, soldaditos de plomo, y juegos de construcción. Pero cuando el reloj marcaba la medianoche y todos los habitantes del pueblo estaban durmiendo, los juguetes cobraban vida.
Esa noche, Tomás, un niño del pueblo, no podía dormir. Había escuchado rumores de que los juguetes de la tienda cobraban vida, pero nadie le creía. Decidido a descubrir la verdad, se escabulló fuera de su casa y se dirigió a la tienda. Se escondió tras un árbol cercano y esperó pacientemente hasta que el reloj de la plaza dio las doce campanadas.
Justo entonces, algo mágico sucedió. Las luces dentro de la tienda comenzaron a parpadear, y Tomás pudo ver cómo los juguetes, uno por uno, se iban moviendo. Los ositos de peluche se estiraban y se daban abrazos, las muñecas se arreglaban el vestido, y los soldaditos de plomo marchaban en fila perfecta. Un coche de juguete empezó a dar vueltas por el suelo, mientras una marioneta hacía piruetas sobre el mostrador.
Tomás no podía creer lo que veía. Se acercó sigilosamente a la ventana para no perderse ningún detalle. De repente, uno de los soldaditos se percató de su presencia y levantó su diminuta espada, señalando hacia la ventana.
—¡Un humano nos está mirando! —gritó el soldadito con su voz diminuta.
En ese momento, todos los juguetes se quedaron congelados, mirando hacia Tomás. El niño, sorprendido, levantó las manos y dijo:
—¡No quiero haceros daño, solo quería ver si era cierto lo que decían!
El líder de los juguetes, un oso de peluche con un sombrero de copa, se adelantó y dijo:
—Si querías vernos, ¿por qué no entras y te unes a nuestra fiesta?
Tomás, con el corazón latiendo de emoción, abrió la puerta de la tienda y entró. Los juguetes, al ver que no representaba una amenaza, volvieron a moverse y continuaron con su celebración. Tomás bailó con las muñecas, ayudó a los soldaditos a organizar una marcha, y condujo el coche de juguete alrededor de la tienda. Se sentía como en un sueño del que nunca quería despertar.
Pero el tiempo pasó volando, y antes de que se diera cuenta, el reloj marcó las tres de la mañana. El oso de peluche se acercó a Tomás y le dijo:
—Es hora de que vuelvas a casa, pequeño amigo. Debemos descansar antes de que amanezca.
Tomás asintió, un poco triste, pero comprendiendo que la magia tenía sus propios horarios. Se despidió de cada uno de los juguetes y salió de la tienda con una sonrisa enorme en el rostro. Sabía que nadie le creería si contaba lo que había vivido, pero eso no le importaba. Había tenido la oportunidad de ver algo verdaderamente mágico, y ese recuerdo sería suyo para siempre.
El abuelo Manolo terminó el cuento con una sonrisa, viendo cómo Lucía ya se había quedado dormida, soñando quizás con juguetes que cobraban vida y fiestas secretas en tiendas encantadas.
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