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Los cuentos del abuelito Manolo: La máquina de hacer colores

 Lucía estaba en la cama, ansiosa por escuchar un cuento. Antes, le había preguntado a su abuelo por qué toda su casa era de un solo color, el marrón de la madera. Esa pregunta le inspiró al abuelo para el cuento de esa noche. Con una sonrisa, dijo: "Venga, Lucía, acuéstate que comenzamos con una historia llena de colores":

Había una vez en Villa del Arcoíris una pareja de hermanos llamada Nico y Clara. Los dos eran niños muy curiosos, siempre buscando aventuras en los lugares más recónditos del pueblo. Un día, mientras jugaban en el desván de su casa, encontraron una vieja máquina cubierta de polvo. La máquina parecía ser un artefacto de otro tiempo: tenía engranajes, botones de todos los colores y una gran palanca que pedía ser activada.

—¿Qué crees que hace? —preguntó Clara, con los ojos brillantes de curiosidad.

—No lo sé, pero hay una manera de averiguarlo —respondió Nico, y sin pensarlo dos veces, tiró de la palanca.

La máquina comenzó a vibrar y los engranajes a girar. De repente, un rayo de luz salió disparado hacia el techo, y la habitación se llenó de colores que bailaban a su alrededor. Clara y Nico no podían creer lo que veían. Los colores flotaban en el aire, cambiando de forma y creando patrones hermosos. Era como si todo el desván se hubiera convertido en un arcoíris viviente.

—¡Es una máquina de hacer colores! —exclamó Clara, riendo mientras trataba de atrapar uno de los colores con las manos.

Nico, emocionado, decidió probar algo más. Giró un botón rojo y apuntó la máquina hacia la ventana. Al instante, el cielo se tiñó de un tono naranja brillante, como si el sol se hubiera multiplicado. Clara, riendo, giró otro botón, y el río que cruzaba la ciudad se volvió de un azul profundo, casi como el color del océano.

Dos niños juegan con la máquina de hacer colores


Los dos hermanos comenzaron a experimentar con la máquina, cambiando los colores de todo lo que veían: las nubes se volvieron verdes, el suelo del patio se tornó morado, y los árboles se cubrieron de hojas de color rosa brillante. Era como si hubieran creado su propio mundo de fantasía, uno donde todo podía ser tan colorido como su imaginación lo permitiera.

Pero pronto se dieron cuenta de que no todo era diversión. Después de un rato, el cielo se volvió tan naranja que comenzó a parecer fuego, y las nubes verdes daban un aspecto extraño y amenazante. Los animales del pueblo parecían confundidos, y los vecinos empezaron a salir de sus casas, mirando al cielo con caras de preocupación.

—Creo que debemos devolver los colores a su lugar —dijo Clara, preocupada.

Nico asintió, dándose cuenta de que quizá habían ido demasiado lejos. Los dos niños se apresuraron a mover los botones y tirar de la palanca para tratar de revertir lo que habían hecho. Poco a poco, los colores empezaron a volver a la normalidad: el cielo recuperó su azul celeste, las nubes volvieron a ser blancas y el río se convirtió de nuevo en un reflejo tranquilo del cielo.

Finalmente, todo quedó como antes, y la máquina se quedó en silencio. Nico y Clara se miraron, exhaustos pero felices.

—Fue divertido, pero creo que es mejor dejar los colores como están —dijo Nico, sonriendo.

Clara asintió, mirando la máquina con respeto.

—Sí, hay cosas que es mejor no cambiar, al menos no sin pensarlo bien.

Los hermanos bajaron del desván, dejando la máquina cubierta de nuevo con una sábana vieja. Sabían que siempre recordarían esa increíble aventura, pero también habían aprendido que la naturaleza tiene su propia forma de ser hermosa, sin necesidad de cambiarla.

El abuelo Manolo terminó el cuento con una sonrisa, mirando a Lucía, que ya estaba profundamente dormida, soñando con mundos llenos de colores y máquinas mágicas.

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