Lucía estaba en la cama, ansiosa por escuchar otro cuento. El abuelo Manolo, viendo su curiosidad, sonrió y le dijo: "Esta noche te contaré una historia sobre espejos que no reflejaban lo que había delante, sino lo que estaba por venir". Lucía se acomodó entre las mantas, lista para sumergirse en el relato.
Había una vez en Villa del Reflejo, una casa muy peculiar que pertenecía a la familia López. Los López eran conocidos por su extensa colección de espejos, algunos antiguos y otros modernos, que cubrían casi todas las paredes de su hogar. Pero lo que nadie sabía, ni siquiera ellos, era que esos espejos no eran como los demás. En una noche de luna llena, empezaron a reflejar el futuro en lugar del presente.
Una noche, Sofía, la hija mayor de los López, notó algo extraño. Al mirarse en uno de los espejos del pasillo, vio algo que no podía ser real: en el reflejo, llevaba puesta una camiseta que nunca había visto antes, con un dibujo de un gato sonriente. Se quedó mirando el espejo, perpleja, y luego sacudió la cabeza, pensando que era solo su imaginación. Pero al día siguiente, mientras caminaba por el mercado, vio la misma camiseta en un puesto y decidió comprarla, casi como un impulso inevitable. Al llegar a casa y ponerse la camiseta, recordó el reflejo y sintió un escalofrío.
—¡Mamá, papá! —llamó Sofía—. ¡Los espejos están mostrando cosas que van a suceder!
Sus padres no le creyeron al principio, pero pronto todos en la casa comenzaron a notar cosas extrañas. Pedro, el hermano menor, se vio en el espejo con un brazo vendado. Al principio pensó que era un juego, pero unos días después, se cayó de la bicicleta y se lastimó el brazo, exactamente como lo había visto en el espejo.
Los espejos comenzaron a volverse cada vez más inquietantes. Reflejaban momentos felices, como fiestas de cumpleaños y sonrisas, pero también mostraban situaciones preocupantes, como discusiones familiares o lágrimas. La familia López empezó a sentir que esos espejos eran más una carga que un tesoro. Aunque al principio les resultaba emocionante saber lo que iba a suceder, pronto se dieron cuenta de que conocer el futuro les hacía vivir con miedo o preocupación constante.
Una noche, mientras todos estaban reunidos en el salón, Sofía se puso de pie y dijo:
—Creo que deberíamos cubrir los espejos. No quiero seguir viendo lo que va a pasar. Prefiero vivir el presente, sin preocuparme por lo que aún no ha sucedido.
Sus padres y Pedro asintieron. Todos tomaron sábanas y cubrieron cada uno de los espejos de la casa. A medida que lo hacían, sintieron una extraña sensación de alivio. Era como si un gran peso se hubiera levantado de sus hombros.
Desde ese día, los López decidieron vivir sin los reflejos del futuro. Los espejos volvieron a ser solo objetos decorativos, y la familia aprendió a disfrutar cada momento sin preocuparse por lo que pudiera venir. Comprendieron que el futuro es un misterio que debe ser descubierto poco a poco, sin adelantarse a los hechos.
El abuelo Manolo terminó el cuento con una sonrisa suave, observando cómo Lucía ya estaba profundamente dormida, soñando tal vez con espejos mágicos y futuros desconocidos.
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